lunes, septiembre 16, 2024
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Usan cebollas para erradicar la contaminación

Gabriela Rodríguez y Elsa Noreña, investigadoras de la UNAM, desarrollaron un método accesible para determinar si hay toxicidad en el agua utilizando cebollas. El modelo ha llamado tanto la atención, que se ha comenzado a crear una red de monitoreo del acuífero en Yucatán.

En Yucatán, dos investigadoras desarrollaron un método accesible para determinar si hay toxicidad en el agua utilizando cebollas. El modelo ha llamado la atención por ser menos costoso y complicado que otras pruebas. Se ha replicado en otras universidades y conformado poco a poco una red de monitoreo del acuífero de la entidad.

El llamado “Proyecto C-BOYA” surgió al mismo tiempo que iniciaba la pandemia de Covid-19. Para entonces, las investigadoras de la Unidad de Química en Sisal de la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Gabriela Rodríguez y Elsa Noreña, tenían 12 años de experiencia en pruebas para detectar contaminación en el agua recolectada en distintos puntos del estado, pero usualmente recurrían a métodos costosos y complicados.

Por ejemplo, la doctora Rodríguez generalmente hacía experimentos con animales como crustáceos y peces. Y fue justo en ese momento cuando los lineamientos bioéticos para realizar investigación científica cambiaron, con el objetivo de reducir al mínimo el uso de animales en los experimentos.

Mientras trataba de encontrar un sustituto para hacer sus proyectos acorde a las disposiciones bioéticas, la académica recibió un artículo del Bulletin of Environmental Contamination and Toxicology, en el cual se empleaban cebollas para conocer los efectos de las descargas de una industria textil.

No era el hilo negro: de acuerdo con la especialista, las primeras referencias que se tienen del uso de cebollas en experimentos científicos datan de 1930.

Además, recientemente investigadoras e investigadores de Guadalajara y Brasil trabajaron con el vegetal y el Instituto Mexicano de la Tecnología del Agua (IMTA) incluyó un modelo similar en un compilado de bioensayos. Sin embargo “todo era literatura gris y para cuestiones ambientales”, sostuvo la doctora Noreña.

Por ello decidieron diseñar, con todo el rigor científico, un bioensayo para determinar por medio de las cebollas si el agua contiene agentes tóxicos. La oportunidad llegó cuando se abrió la convocatoria del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT) de la UNAM en el 2020 y quedaron seleccionadas.

Como ocurrió en medio de la contingencia sanitaria, una buena parte de la primera fase del proyecto se realizó de manera casera. Patricia Guadarrama, de la Facultad de Ciencias de la UNAM, les dio instrucciones para germinar las cebollas y Loreni Cauich, estudiante de Maestría que formaba parte del equipo, conseguía lotes de la hortaliza y hacía pruebas en su propia cocina. Poco a poco fueron armando el protocolo para el bioensayo.

La primera fase del bioensayo es sencilla. A grandes rasgos, se somete a seis cebollas a un proceso de acondicionamiento durante 48 horas. Pasado ese lapso, se coloca la mitad de las cebollas en agua destilada como grupo de control y las otras se ponen a remojar en la muestra durante 24 horas. A partir de aquí se complica el proceso, pues se deben cortar partes de las raíces y conservarse con químicos, en circunstancias específicas.

A las raíces se les puede aplicar una prueba de expresión genética o pueden ser examinadas con microscopio para detectar si hubo genotoxicidad, ya que mucha sustancias, como los herbicidas, tienen la capacidad de alterar el ácido desoxirribonucleico (ADN), o los cromosomas de las células.

Los efectos son observables en las cebollas porque cuando las raíces están creciendo son altamente vulnerables y si se exponen a alguna sustancia tóxica, el daño es más evidente. De acuerdo con Rodríguez, al mirar por el microscopio, el núcleo de las células debe ocupar casi dos tercios del tamaño de la célula y verse “como un pepperoni”: redondo. Si se ve “como una frambuesa” o hay un núcleo grande y varios chiquitos (llamados micronúcleos), algo anda mal.

“Con que solo haya un micronúcleo es malo, pero algunas células pueden llegar a tener hasta seis. Eso es material genético hecho trizas”, explicó la especialista.

Las cebollas deben permanecer remojadas durante 48 horas más. Al cumplirse ese plazo, las raíces se miden de nuevo para revisar marcadores relacionados con el estrés oxidante: las sustancias tóxicas interfieren en el proceso celular, por lo cual si hay contaminantes en las muestras, las raíces crecerán poco o nada.

Por ahora no es posible detectar con el bioensayo cuáles son los elementos tóxicos presentes en el agua ni si son dañinos para las personas, pero las especialistas no descartan que estas pruebas se puedan mezclar con otras para obtener más información.

“Lo que no tiene vuelta atrás es que si la cebolla tiene anomalías nucleares, esa agua tiene sustancias potencialmente tóxicas a concentraciones biodisponibles para los seres que estén en contacto con ella. A lo mejor hay sustancias que para los humanos no son tóxicas, que incluso están en los productos que compramos, pero quizá sí son tóxicas para otros organismos que también forman parte de un ecosistema, y a la larga, van a dañar al humano también, por ejemplo, en el sector económico”, puntualizaron Rodríguez y Noreña.

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